Un tercero nunca ha sido bueno en las relaciones de pareja.
Y menos si el tercero es un teléfono inteligente, cuyo contenido, se roba el tiempo de calidad que debiera ser otorgado a la pareja.
Un estudio reciente publicado en el portal National Library of Medicine, adscrito al National Center for Biotechnology Information de los Estados Unidos, concluye que las parejas que padecen de phubbing o desplazamiento de atención hacia el celular presentan profundos problemas centrados en:
- Erosión significativa de la satisfacción en la relación y el matrimonio.
- Reducción notable en la calidad de la intimidad y en la capacidad de respuesta de la pareja.
- Aumento sustancial del conflicto relacional y los celos.
El phubbing o ningufoneo se describe como la actitud relacional en la que una de las partes (o ambas) elige invertir tiempo en consumir contenido de redes sociales en vez de escuchar y conversar con su pareja. Esto puede ocurrir estando uno frente al otro.
Este fenómeno también se presenta en las relaciones grupales, cuando uno de los integrantes se «distancia» de sus compañeros para saciar la necesidad de consumo de información difundida a través del teléfono inteligente.

Todo parece indicar que, aunque las actitudes y rutinas han cambiado, las necesidades afectivas y relacionales de mujeres y hombres no lo han hecho, por lo que la adicción al contenido de los medios inteligentes causa graves problemas que atentan contra el beneficio que una pareja madura y comprometida le aporta al desarrollo estable de las emociones en el ser humano.
El síntoma más fuerte que introduce a una persona en la práctica del phubbing es el uso compulsivo de medios o adicción al teléfono celular. Pero también su práctica se relaciona con estilos de apego inseguros (ansiedad y evitación) así como los estados depresivos y la sensación de soledad.

Estos datos sugieren la idea de que una persona que manifieste phubbing o ningufoneo lo hace como una consecuencia de alteraciones en su estructura emocional, por lo que, si no puede controlar su práctica, debe buscar terapias con especialistas.
Hasta ahora no existen pruebas concluyentes que indiquen algún aspecto positivo en la sustitución de las relaciones cara a cara por las sensaciones derivadas de la exposición a mensajes transmitidos en formatos digitales como las redes sociales.
El componente emocional del ser humano se construye en la interacción con el otro. Y, desde el punto de vista colectivo, este intercambio resulta indispensable para el proceso de socialización y construcción del ideal de comunidad, pertenencia y aceptación.
Las parejas han sobrevivido; las distintas generaciones las adoptan, aunque para algunos se construyen sobre falsas formas de apego y compromiso que las distancian de su acepción tradicional.
Y, aunque resulte paradójico, las conformadas por menores de 30 años tienen menos herramientas para defenderse de las consecuencias del phubbing que las parejas de mayores de 40 años que, generalmente, presentan una estructura emocional más fuerte.
Las parejas también se establecen en relaciones de costos y beneficios o recompensas. Explican en la investigación que “cuando una de las personas participa en phubbing, se introduce un coste en la relación al disminuir la calidad de la comunicación y la atención emocional. Con el tiempo, este desequilibrio puede conducir a insatisfacción relacional, ya que la pareja descuidada percibe que la relación ofrece menos recompensas”.

Una pareja se consolida en la medida en que sus integrantes se ofrecen cercanía y apoyo emocional. El distanciamiento o indiferencia puede desencadenar sentimientos de frustración e insatisfacción, inclinando la balanza relacional hacia el fracaso y rompimiento.
La pareja en este primer cuarto del siglo XXI ha sido duramente atacada. El Vaticano ha salido en su defensa, pero la industria cultural enseña todos los días que evitar el compromiso que representa construir una pareja es indispensable para alcanzar la libertad individual, económica y relacional, afectando directamente el apego en todas sus formas.

Si se luchó para escoger libremente a una pareja sin importar su clase social, religión, raza o sexo, hoy se levantan banderas por la “libertad” de vivir en soledad.

