¿A qué se debe el auge de los probióticos y prebióticos?
Desde 1840 el hombre tiene conocimiento de la relación existente entre el sistema gastrointestinal y el funcionamiento de nuestro cerebro; fue William Beaumont quien sugirió la idea al identificar cómo los diferentes estados emocionales influían en la digestión.

Durante la pandemia del covid-19 los investigadores sugirieron que los síntomas prolongados conocidos como “niebla mental”, eran un reflejo de las alteraciones del microbioma intestinal producto de la enfermedad.
Es entonces cuando, superada la infección, los síntomas neurológicos y psiquiátricos persistentes en algunos pacientes, son tratados en base a dietas de plantas, probióticos y prebióticos con resultados alentadores.

Cuando los científicos hablan de microbioma, se refieren al conjunto de microorganismos vivos como bacterias y levaduras que habitan en nuestros intestinos (incluyendo su genética y entorno), lo que conocemos como flora bacteriana. Mientras que los prebióticos son el “alimento” de dichos seres vivos, generalmente constituido por fibras no digeribles.
El tratamiento asociado al covid-19 abrió el conocimiento acumulado de la relación del eje intestino-cerebro y su importancia en el equilibrio de la salud. Enfermedades intestinales como Crohn, colitis ulcerosa, celiaquía hoy son asociadas a la alteración del microbioma intestinal.

Pero también enfermedades metabólicas como la obesidad, diabetes tipo 2, hígado graso no alcohólico y el síndrome metabólico con impacto en la dislipidemia e hipertensión.
Enfermedades inmunológicas como el asma, las alergias y neurológicas como el Alzheimer, Parkinson, la depresión y la ansiedad también son relacionadas con el funcionamiento del eje intestino-cerebro, al cual, según las estimaciones más recientes, se destinan al menos 600 millones de neuronas para su funcionamiento.
Y parece lógico, ya que, si bien nuestro cuerpo funciona de manera interdependiente entre todos sus sistemas, el digestivo aporta procesos de suma relevancia para la salud integral y el aporte energético necesario para la vida. Hay que tomar en cuenta que los intestinos funcionan de forma autónoma, como la respiración o el latido de nuestro corazón.

Esta perspectiva cambia completamente la visión sobre nuestro cuerpo al aceptar que somos el hábitat de millones de seres vivos que garantizan nuestra salud.
También afecta la percepción de los hábitos alimenticios; cada vez, los estudios científicos nos devuelven a la misma respuesta: lo que más nos hace daño es lo más procesado por el hombre, premisa aplicable para la alimentación, pero con mucha validez para el consumo cultural e ideológico que mantiene enferma a la sociedad.
Hoy se confirma que somos lo que consumimos.

