¡Voy jugando a Rosalinda!
El riesgo es el principal atractivo de las apuestas, de allí la inusual ganancia que ofrece.
Muchas personas afirman que las apuestas son la expresión decadente del sistema social asentado en el valor del capital.
Sin embargo, las crónicas nos hablan de una relación estrecha entre el riesgo de las apuestas y la condición humana que, en momentos de apremio, se ha “jugado” tierras, caballos, vacas, fincas, casas, carros y hasta mujeres.
Los apostadores han sido personajes romantizados por la historia; personas que no tenían nada y llegaron a tenerlo todo gracias a un golpe de suerte, porque uno puede apostarle a un número, a un animal o a una idea; el sabor está en el riesgo que se corre.

Y, como nosotros preferimos las historias de éxito, ignoramos la vida común de las personas y borramos de la memoria los fracasos de los apostadores sin suerte: losers, perdedores, arruinados y solitarios; son aquellos que nadie quiere ser.
Así, la vida se nos ha ido detrás de caballos, perros, carros, motos, deportistas, gallos, triples, terminales, dupletas y más de un beso se ha perdido adivinando el color del próximo carro.
¡Quien no arriesga no gana!, dice el dicho. Y, en ese germen constitutivo de hombres y mujeres, asientan su negocio las casas de apuesta que hoy se meten en nuestros hogares a través de la conectividad. Cada teléfono inteligente representa una taquilla donde, principalmente jóvenes, desahogan su impulso por ganarle la partida a la vida.

Atrás quedó el glamur de los casinos o el riesgo de garitos y galleras. Ya no es necesario salir. Ni siquiera es necesario vestirse para conectarse con la posibilidad de “ganar” y darle “en la madre” al mundo. Solo recargar saldo y listo, me conecto con el placer que tiene mayores posibilidades de corromper un espíritu.
Un jugador de hoy nada tiene que ver con el talante de un apostador de antes. Los jugadores digitales perdieron toda la gallardía y resumen su estampa en una mezcla de ingenuidad muy cobarde. Hoy no se apuesta para enfrentar a la vida, sino para esquivar su encuentro.
Una de las formas de apuesta más desconcertantes es la que se soporta en la base de los resultados deportivos. Y más contradictorios resultan equipos, deportistas y periodistas deportivos patrocinados por casas de apuesta. De eso ni hablar.

Pero el juego está allí, a veces más regulado y sin reputación, otras romantizado y permitido. El nervio está siempre presente. La emoción construye la realidad y anula la razón. La sangre golpea fuerte al ritmo del corazón inundado de adrenalina. Cuando esto sucede, ya el cerebro está intoxicado y se convence de que un giro inesperado lo hará merecedor de todo.

La ciencia dice que no es así; el hecho de que hayas perdido mil veces seguidas no indica que estás próximo a ganar; lo que dice es que sigue siendo posible que vuelvas a perder. Pero nuestra mente ingenua siempre anhela la gloría y espera que “el dado en la noche linda le devuelva los corotos”.
Rosalinda
(Ernesto Luis Rodríguez-Venezuela.)
Me voy con la tarde linda
recordando a la mulata.
Un soplo de brisa ingrata
de la copla se me guinda...
Se llamaba Rosalinda!...
Un romance del jagüey,
que en este llano sin ley
se prendó de mis corríos,
y entre amores y amoríos
me la robé de un caney.
Tenía los senos bonitos
como las rosas abiertas;
su voz en las cosas yertas
fue como el sol de los mitos.
Era apretada de gritos
cuando la tuve al encuentro;
pulpa de amor era el centro
de sus pupilas saltonas,
como las frutas pintonas
que dicen mucho por dentro.
Vino un joropo llanero,
se puso lindo el caney.
Yo jugué mi araguaney,
mi cobija y mi sombrero;
perdí todo mi dinero
-me quedé sin un centavo-,
y para sacarme el clavo
con los nervios amargados,
en la ley de un par de dados
se la jugué a un indio bravo.
Se amontonaron los peones
para ver quién la ganaba;
cada fibra me saltaba
de los soleados pulmones;
se ovillaron mis canciones
en los silencios ignotos,
y dije entre sueños rotos:
"voy jugando a Rosalinda",
y el dado en la noche linda
me devolvió mis corotos!...

