Pensamiento

Larry David: Mi cena con Adolf

A Larry David, el humorista y escritor norteamericano ( Curb Your Enthusiasm y cocreador de Seinfeld.) le han publicado un artículo en The New York Times sobre el peligro de la polarización. Siendo judío (tema recurrente en sus creaciones) imagina una supuesta cena con Hitler, para ironizar respecto a la realidad social de los EEUU.

Les dejamos la transcripción del artículo y el enlace, por si prefieren leerlo en su publicación original.

Larry David: Mi cena con Adolf

Imagina mi sorpresa cuando en la primavera de 1939 llegó a mi casa una carta invitándome a cenar en la Antigua Cancillería con el hombre más despreciado del mundo, Adolf Hitler. Yo había sido un crítico declarado suyo en la radio desde el principio, prediciendo prácticamente todo lo que iba a hacer en el camino hacia la dictadura. Nadie que conociera me animó a ir. “Es Hitler. Es un monstruo”. Pero al final llegué a la conclusión de que el odio no nos lleva a ninguna parte. Sabía que no podía cambiar sus opiniones, pero tenemos que hablar con el otro bando, aunque haya invadido y anexionado otros países y cometido crímenes atroces contra la humanidad.

Dos semanas más tarde, me encontré en los escalones de la Antigua Cancillería y me condujeron a un salón opulento, donde se habían reunido algunos de los partidarios más acérrimos del führer: Himmler, Göring, Leni Riefenstahl y el duque de Windsor, anteriormente rey Eduardo VIII. Hablamos de algunas de las bellas obras de arte que había en las paredes y que habían sido sustraídas de las casas de judíos. Pero nuestra conversación terminó abruptamente cuando oímos pasos sonoros por el pasillo. Todos nos tensamos cuando Hitler entró en el lugar.

Llevaba un traje marrón y un brazalete con una esvástica y me saludó con un entusiasmo que me tomó desprevenido. Francamente, fue un saludo más cálido que el que normalmente recibo de mis padres, e iba acompañado de una palmada en la espalda. Todo aquello me pareció bastante encantador. Bromeé diciéndole que me sorprendía verlo con un traje marrón, porque si se lo pusiera para salir, sería percibido como algo poco propio de un führer. Eso le hizo mucha gracia y me di cuenta de que no lo había visto reír antes. De repente me pareció muy humano. Allí estaba yo, preparado para conocer a Hitler, el que había visto y oído: el Hitler público. Pero este Hitler privado era un animal completamente distinto. Y, curiosamente, este parecía más auténtico, como si fuera el verdadero Hitler. La cabeza me daba vueltas con todo esto.

Dijo que se moría de hambre y nos condujo al comedor, donde me indicó con un gesto que me sentara a su lado. Göring tomó inmediatamente una rebanada de pan de centeno, tras lo cual Hitler se volvió hacia mí, me hizo un gesto con los ojos y luego susurró: “Mira. Terminará toda su comida antes de que hayas dado dos bocados”. Eso sí que me hizo reír. Göring, con la boca llena, preguntó qué era tan gracioso, y Hitler dijo: “Le estaba contando la vez que mi perro tuvo diarrea en el Reichstag”. Göring se acordó. ¿Cómo podía olvidarlo? Le encantó aquella historia, sobre todo la parte en la que Hitler le disparó al perro antes de que volviera al coche. Entonces, un Hitler radiante dijo: “¡Eh, si puedo matar judíos, gitanos y homosexuales, seguro que puedo matar a un perro!”. Eso quizá provocó la mayor carcajada de la noche, y créanme, hubo muchas.

Pero no fue un monólogo, en el que el führer hablaba todo el tiempo. Era bastante inquisitivo y me hizo muchas preguntas sobre mí. Le conté que acababa de pasar por una ruptura brutal con mi novia, porque cada vez que iba a algún sitio sin ella, siempre insistía en que le contara todo lo que había hablado. No soporto tener que recordar cada detalle de cada conversación. Hitler dijo que se sentía identificado: él también odiaba eso. “¿Qué soy, una secretaria?”. Me aconsejó que era mejor no tener más contacto con ella o, de lo contrario, volvería a estar donde empecé y al final tendría que volver a pasar por todo el asunto. Le dije que para un dictador debía de ser fácil romper con alguien. Me dijo: “Te sorprenderías. Todavía hay sentimientos”. Todavía hay sentimientos. Eso me resonó mucho. Al fin y al cabo, no somos tan diferentes. Pensé que si solo el mundo pudiera ver esta faceta suya, la gente tendría una opinión completamente distinta.

Dos horas más tarde, la cena había terminado y el führer me acompañó hasta la puerta. “Me alegro mucho de haberte conocido. Espero que ya no sea el monstruo que creías que era”. “Debo decir, mein führer, que estoy muy agradecido de haber venido. Aunque discrepemos en muchas cuestiones, eso no significa que tengamos que odiarnos”. Y con eso, le hice un saludo nazi y salí hacia la noche.

Patrick Healy, el editor adjunto de la sección de Opinión y quien recibió la propuesta de ensayo invitado del comediante Larry David, escribe:

Larry y yo habíamos hablado de la política estadounidense y de cómo algunas personas en la izquierda y en el centro piensan que es importante hablar e interactuar con el presidente Donald Trump. Como mucha gente, Larry escuchó a Bill Maher hablar de su reciente cena con Trump; Bill, un cómico al que Larry respeta, dijo en un monólogo de su programa en Max que el presidente le parecía “amable y mesurado” en comparación con el hombre que lo ataca en Truth Social. El ensayo invitado de Larry no pretende equiparar a Trump con Hitler. Se trata de ver a la gente por quien realmente es y no perderla de vista.

A veces, la mejor forma de exponer un argumento opinado no es con un ensayo tradicional. Los estadounidenses están desbordados de noticias; a veces puede hacer falta una provocación satírica para hacerse escuchar, aun a riesgo de ofender.

Larry David, en una provocación a su estilo, defiende que durante una cena o una reunión privada, cualquiera puede ser humano, y al final no significa nada sobre lo que esa persona es capaz de hacer.

https://www.nytimes.com/es/2025/04/22/espanol/opinion/larry-david-hitler-cena.html