Pensamiento

El caso Pelicot: una ventana a la deshumanización.

Aunque el caso tomó tintes feministas (y con justa razón), como humanos, podríamos salir favorecidos al evaluarlo desde una sola perspectiva: el abuso de un hombre sobre una mujer.

Todas las mañanas, cuando Gisele Pelicot llegaba al tribunal para proseguir con el juicio de su ex esposo, a las afueras del recinto, grupos de mujeres activistas la apoyan y la consideran su heroína.

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Dominique Pelicot, durante años, colocó drogas en las comidas y bebidas de su ex esposa, y, una vez sin sentido, invitaba a otros hombres a unirse para violarla mientras estaba drogada.

Las manifestantes indicaban estar cansadas de los abusos sicológicos, verbales y físicos que le infligen los hombres. Pelicot es vista como un símbolo que, con dignidad, sigue adelante en medio de un proceso atroz, y con ello, infunde valentía a otras mujeres humilladas y maltratadas por sus parejas.

Pero, ¿se trata solo de eso?, alrededor de un hecho como este existe un número de cómplices mucho más grande que los mismos protagonistas que hoy figuran en el caso. La sociedad calla o voltea, ante innumerables muestras de deshumanización. Más aún si tomamos en cuenta que este abuso sistemático ocurrió durante más de una década.

¿Estamos ante un hecho aislado y que como tal, se juzga y concluye? Sabemos que no será así. Aunque parezca cínico, el sistema posee un mecanismo de auto limpieza; cuando el tonel de la tolerancia se desborda, se activa el mecanismo para castigar, de forma “ejemplar”, y recuperar la fe perdida.

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Puff Daddy o Diddy Combs se encuentra en el ojo del huaracan y llueven sobre él denuncias y revelaciones de consumo y tráfico de todo tipo de drogas, trata de personas, extorsión, chantaje y otras cuantas bajezas. De manera hipócrita la industria musical y del espectáculo abre inmenso los ojos y finge asombro. ¿Nadie sabía de esta situación? Todos los que hoy hablan (y son más los que no dicen nada) y en su momento callaron ¿no resultan cómplices?

Ambos casos, aunque distintos, nos acercan a la cara fresca de la deshumanización. La alta exposición mediática de Puff Daddy, nos golpea por la cantidad de ídolos que compartieron con él en sus fiestas. Y, que, aunque todos nos imaginamos que los límites de esa élite no son los de nuestra comunidad, nos afecta el grado de corrupción y degeneración que expone cada demanda contra el rapero.

El caso Pelicot, por el contrario, nos dice de personajes anónimos, vecinos de la cuadra, que están dispuestos a participar en actos, no de irrespeto a los límites morales, los cuales se dejaron atrás hace rato, sino de situaciones que comprometen nuestra condición humana.

Muchos de los hombres vinculados al caso Pelicot presentaron como alegato de defensa, que ellos actuaron por la invitación del esposo, a quien consideran con el derecho de hacerlo. En otros casos, aceptaron la invitación, por creer que se trataba de una actividad consensuada, y que la esposa “fingía” estar dormida.

Con el avance del juicio se descubre que muchos de los implicados, tienen expedientes de delitos sexuales, y otros, manifiestan adicciones asociadas a la pornografía y la pedofilia.

La clave en los delitos sexuales y de abuso psicológico como el estupro, se cimientan en la delgada línea del consentimiento. Cuando estalla un escándalo o una acusación por estos delitos, la pregunta siempre está referida al consentimiento de la víctima y allí se centra la defensa.

Suficientes investigaciones dan bases legales para establecer límites en las relaciones circunscritas al ámbito profesional y laboral. Estupro, basado en las desigualdades de poder, chantaje y coerción que funcionan como aliciente para el consentimiento.

No se trata de una visión moralista de la sexualidad o de la conducta humana, sino de una revisión de la aprobación (por el silencio) de prácticas que se alejan del respeto a la individualidad e integridad, en donde alcanzar un objetivo como un cuerpo, sexo, dinero, puede ser la expresión del éxito o una demostración del poder de una determinada persona.

¿Qué se espera?: que un adulto, hombre o mujer, entienda la posición asimétrica de poder que tiene ante un menor de edad o persona que esté bajo subordinación laboral o sicológica, y que, en vez de aprovecharse de la situación, no se comprometa en actos lascivos o viles ante el menor, desvalido o sub ordinado.

¿Llama la atención que esto no curra? No, lo que resulta escandaloso es que buena parte de la sociedad se haga cómplice de esta situación e incluso, pague, de alguna forma, las consecuencias.

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Un caso que conmocionó a la sociedad venezolana data del 2021, fue el suicidio del escritor y poeta Willy Joseph Madrid Lira, mejor conocido como Willy Mckey, quien saltó al vacío desde el noveno piso de su residencia en Argentina, todo ello, al conocerse los casos de abuso sexual y estupro cometidos en su Caracas natal.

Las denuncias fueron colgadas en una cuenta anónima en Twitter (X) bajo el seudónimo de “Pia”. Allí se revelaron las técnicas de seducción y manipulación que llevaron a “Pia” a mantener una relación sexual y afectiva con el poeta. Aunque no se daban nombres, el mundo cultural caraqueño supo quiénes eran los protagonistas, la Fiscalía General de la República abrió una investigación sobre los hechos y Mckey no soportó la exposición pública y el derrumbe de su moral.

Cuando ocurrieron los delitos Willy Mckey tenía 36 años, y “Pía”, 16. Por muy consensuada que fuera la relación, se esperaba que ese señor mandara a la niña a su casa.

Este personaje, además de poeta, comenzó a cimentar la audiencia de los podcast en el país y se considera que: “Que se vayan todos” (El Profesor Briceño, Willy Mckey y Rey Vecchionacce) fue uno de los más exitosos. En uno de los episodios del podcast, los conductores, hacían bromas y chistes misóginos e, incluso, aludieron técnicas para drogar o emborrachar a una mujer y poder obtener favores. El chiste llevó al Profesor Briceño a la Fiscalía General de la República. Hoy sabemos la suerte que decidió Willy Mckey, el Profesor Briceño, continua su actividad radial en compañía de Mariela Celis.

Develado el asunto, muchos testigos, desde el anonimato, se refirieron al conocimiento general (o al menos sospecha fundada) de la conducta inapropiada de los implicados. Una vez más, se voltea la cara ante la deshumanización.

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Salvando las distancias, el glorificado cineasta Román Polansky, protagonizó uno de los episodios más largos y complejos al cual se enfrentó (y aun se enfrenta) la complicada trama moral de la industria cultural. En 1977, el director, para cumplir un encargo de la revista Vogue, realizó un reportaje fotográfico a una joven promesa del modelaje, Samantha Geimer.

Samantha Geimer en 1971

Dos sesiones bastaron para enloquecer la vida del laureado director. En la primera de ellas, incitó a la modelo a posar con el pecho desnudo. En la segunda sesión, se acompañó de más charla, champaña y calmantes, para coincidir desnudos en un jacuzzi y luego, según la confesión de la modelo, violarla y sodomizarla.

Polansky, se declaró culpable y estuvo unos días detenido esperando el juicio, sus abogados alegaron que, si bien la modelo tenía 13 años y su cliente 43, ella había consentido la relación. Las acciones legales logran su libertad bajo fianza para luego escapar de los EEUU.

Román Polansky, desde el año 1977 es fugitivo de la justicia norteamericana, en sus memorias relata la escena del suceso y describe a Samantha Geimer, como una chica muy sensual y atrevida, y además escribió: “Jamás había imaginado que me encerrarían en la cárcel y mi vida y profesión quedarían destruidas por haber hecho el amor”. Alguien tenía que recordarle que la “chica atrevida” tenía 13 años.

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Recientemente nos conmocionamos por la muerte de la periodista Mercedes Herrera, quien fue encontrada maniatada y en avanzado estado de descomposición en su vivienda ubicada en Caracas. Según informaciones de prensa el crimen fue cometido por la empleada doméstica y su pareja, al parecer, para robarle 1.000 dólares.

El portal Banca y Negocios, en su edición del 30 de marzo de 2024, indica que, según estudios, para esa fecha, una empleada doméstica gana en promedio 28 dólares diarios.

Haciendo un sencillo ajuste, la muerte representó para la homicida mes y medio de su trabajo como ayudante doméstica. Aunque en realidad, hoy le supone un juicio cuya pena mínima debe rondar los 18 años de cárcel. Ambos criminales ya se encuentran detenidos.

¿En qué momento y bajo cuales circunstancias, 1000 dólares son suficientes para quitarle la vida a otro ser humano y arriesgar la libertad propia?

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Dominique Pelicot fue detenido grabando bajo las faldas de tres mujeres en un centro comercial francés. Por ese delito la policía accedió a su computadora y encontró el horror.

Desde entonces se desencadenaron todos los acontecimientos. Su esposa, al conocer los hechos se separa y procede al divorcio.

Giselle Pelicot rompió el círculo. Luego de la confesión de su esposo decidió enfrentar públicamente el juicio y, en vez de la conducta que espera el agresor: de miedo y vergüenza, por considerarse cómplice de los ocurrido, decide mostrar su cara y ofrecer la verdad. Esta actitud ha sido fundamental para el avance del juicio a quienes participaron, con su esposo, para agredirla sexualmente a través de la sumisión química.

El esposo, se asume como un enfermo y, asegura, estar aliviado por la detención. Se disculpa con su familia. La mayoría de los hombres a los que grabó violando a su esposa, y cuyos videos mantenía archivados y catalogados por fecha en su computadora, insisten en su inocencia. 

Así se dibuja la trama, el esposo como cabeza de la trama de humillación. Con pruebas en mano, mas de 50 involucrados a lo largo de 10 años y la pregunta que surge ¿nadie se había dado cuenta de lo que ocurría? ¿Me convierto en cooperante si denuncio el delito al cual me invitan?