Pensamiento

La vida sin placer.

Las consultas de psicólogos, psiquiatras y terapeutas develan un aumento de las personas que manifiestan desinterés por el desenlace en general de la vida y, en consecuencia, una falta de sensación y deseo de búsqueda de placer.

Resulta paradójico que en una sociedad donde el hedonismo prevalece como valor, la sensación de placer desaparece, tanto o más rápido como alcanzamos la situación deseada, que puede ser desde participar en un espectáculo hasta una cena en un restaurant para probar la comida de un chef de renombre. La visual de la foto en las redes culmina el ciclo de deseo, generando un nuevo vacío que debe ser llenado con otro reto.

La anhedonia fue descrita por primera vez por el filósofo francés Théodule Armand Ribot (1839-1916), y la define como la incapacidad de experimentar placer.

Tomamos el texto del sicólogo Carlos Javier González Serrano, publicado en el portal Alfa&Omega, quien realiza un interesante análisis sobre los problemas que afrontamos como sociedad en un mundo psicologizado y mediado por nuevas formas comunicativas impuestas, con tal velocidad, que no nos ha dado tiempo de asimilar sus consecuencias.

Ennui: el tedio de lo mucho

En una cultura crecientemente psicologizada, en la que los individuos se autodiagnostican cada vez más porque necesitan poner nombre —y rostro— a los malestares psíquicos propios de nuestra contemporaneidad, se han recuperado algunos vocablos que hacen alusión a una sensación muy característica de nuestro tiempo presente. Uno de tales malestares alude a una desconexión o alejamiento afectivo respecto a la realidad que provoca tedio, aburrimiento continuado, desazón, desafección e incluso, en términos clínicos, anhedonia, es decir, falta de deseo por llevar a cabo cualquier tipo de actividad. Se trata de un cortocircuito emocional que causa una grieta entre el mundo y nuestra capacidad de acción, y que desemboca en una desagradable incapacidad para experimentar placer.

Existe un término de origen francés, ennui, que emplearon con gran fruición y polisemia numerosos pensadores y literatos, sobre todo, a partir del siglo XIX —en pleno Romanticismo—, que encuentra correspondencia en otro sugerente concepto italiano, muy querido por Giacomo Leopardi, la noia. Ambas palabras se relacionan, a su vez, con el spleen que Charles Baudelaire hizo célebre. Esta tríada apunta, en general, a un sentimiento de indolencia o desidia o, con más precisión, de apatía, incapacidad para sentir, insuficiencia para ser afectado por algo. También se vincula con la abulia, es decir, con la falta de voluntad o de deseo. En definitiva, el ennui se asocia con una pesantez vital que impide, primero, proyectar nuestro deseo hacia alguna meta y, después, que incapacita para gozar de la vida en cualquier sentido.

Como apuntó el aún poco estudiado filósofo Carlo Michelstaedter (1887-1910), la «infinita variedad de las cosas» a la que hoy nos exponemos (redes sociales, publicidad, promesas de plenitud que nunca llegan, interminable oferta de acción) nos hace experimentar una desapacible e irritante gravedad que se ancla en nuestro pecho: hay mucho que poder hacer, pero, justamente por ello, quedamos agotados ante la necesidad de tener que decantarnos hacia alguna dirección. Porque sabemos que, al elegir, dejamos a un lado un enorme espectro de oportunidades (que auguran éxito, progreso, celebridad, placeres). Dicho claro: la dictadura de lo mucho enfanga nuestro ánimo mediante el fracaso y la desilusión. El inconmensurable abanico de posibilidades que está en nuestra mano nos sumerge en un extenuante laberinto anímico: no paramos de hacer, mas ese hacer acaba por resultar vacuo, estéril, insustancial.

Escribió María Zambrano en Hacia un saber sobre el alma, en un profético fragmento, que hemos atiborrado nuestra vida de «maravillas mecánicas, de cachivaches de todas clases», mientras «el alma y el corazón quedan vacíos y las horas, al ser liberadas del trabajo opresor, transcurren más oprimidas todavía», pues no hay más temible totalitarismo que el de «la terrible opresión de la vaciedad». Nos hemos llenado de cosas que nos han vaciado por dentro. Como también apuntó Michelstaedter, «nunca una vida está satisfecha de vivir en el presente, ya que es vida en tanto que continúa, y continúa en el futuro lo que le falta por vivir». Pero ¿qué ocurre cuando ese futuro queda ocluido, cuando parece que ninguna promesa venidera podría colmar nuestro ánimo o nuestras expectativas?

Intensamente 2 | Del revés 2 en España

El ennui, ese tedio o desgaste vital desencadenado por la tiranía de lo mucho —del que se ha hecho eco la reciente película Del revés 2—, se ha transformado en una sutil, lucrativa e instigadora estrategia mercadotécnica: la única salida a nuestra apatía es desear más y más. Los emporios económicos pretenden que nuestra voluntad nunca se detenga, que vaguemos, errantes y sedados, en busca de un nuevo producto o de una nueva experiencia con la que creamos poder alcanzar la plena satisfacción… que nunca llega.

Mark Fisher denominó «anhedonia depresiva» a este inagotable e inducido afán: nuestro deseo (de objetos, de experiencias) se ha mercantilizado y, como consecuencia, nos sentimos abatidos porque nada de cuanto hagamos puede llegar a colmarnos. Ha llegado el tiempo de recobrar, primero, nuestra potencia atencional (¿a qué o a quién decidimos prestar nuestra atención?) para, después, hacernos cargo de la auténtica quiebra de la actualidad: la crisis de nuestro deseo, con el que no solo se comercia, sino con el que se nos manipula emocionalmente.

Más sobre el autor: https://alfayomega.es/author/cjgonzalezserrano/