Cuba: el caso Movimiento San Isidro a dos miradas (I)
Cuba, para bien o para mal ha estado más cerca de nosotros en estos años que nunca antes en su historia. En cualquier conversa donde medie lo político (que últimamente es cualquier cosa en Venezuela) el país antillano viene a colación.
El 27 de noviembre del 2020 un acontecimiento marcó un punto de inflexión que vino a sumarse en la sucesiva de cambios económicos, políticos y sociales que vive ese país, incluida la muerte de Fidel Castro. Ese día la policía nacional irrumpió en la sede del Movimiento San Isidro, para detener una protesta que llevaban a cabo varios de sus miembros y simpatizantes a favor de la liberación del rapero Denis Solís, el cual se encontraba detenido bajo acusación de desacato, al enfrentarse a un efectivo de la policía cubana.
Este acto significó un rechazo automático por diversos sectores de la sociedad habanera, al punto que la concentración y manifestación contra la toma de la sede del movimiento, atrajo los titulares del mundo entero, incluso se observaron manifestaciones frente a embajadas y consulados de Cuba de diversos países de América y Europa. Y, a lo interno, forzó, al menos una propuesta de diálogo con sectores de la dirigencia cultural cubana.
Más allá de la deliberación en torno a este asunto, centrada en la suposición de tramas de interés político de grupos que se confabularon para crear una representación mediática contra el gobierno cubano, queremos destacar los distintos puntos de vista que tienen sobre el tema residentes y exiliados cubanos.
Si bien lo ocurrido fue en noviembre 2020, debido a la pandemia, este hecho está aun presente, tanto en la opinión pública cubana como en la internacional. Y decimos esto, debido a que si bien asunto de la salud ha desplazado a todas las preocupaciones sociales, también ha dado una nueva sensación de temporalidad a los hechos, más lenta y mucho más introspectiva.
A ese calor conoceremos este tema en una mirada en dos ángulos, presentada por la revista cubana El Estornudo, la cual, consultó sobre los hechos a cubanos que hacen vida en el extranjero y opinaron desde la distancia y a Fernando Pérez, cineasta y residente cubano que vivió de cerca los acontecimientos.
MSI/27N: Observar desde lejos, sentirse muy cerca
Por Darío Alejandro Alemán enero 11, 2021
Nada más natural que emigrar. Sin embargo, la conciencia del emigrado a menudo burla sin querer el orden mismo del universo: distorsiona los tiempos y confunde los espacios. Finalmente, el emigrado llega a asumir su pertenencia a dos países de origen: aquel que dejó atrás y ese otro que habita siempre a través de las noticias y los comentarios de sus afectos lejanos.
El emigrado sufre y agradece al mismo tiempo la distancia. Ante sí tiene un panorama más amplio; ahora puede atar cabos, reflexionar desde una nueva perspectiva. El emigrado está y no está. Su paradoja es eterna.
Hoy, la lejanía no impide que se involucre, por ejemplo, en la vida política de su país.
Cuando el pasado noviembre la huelga de San Isidro y la protesta del 27N agitaron el escenario social y sacudieron hasta cierto punto el suelo autoritario del poder en Cuba, las réplicas de ese movimiento ciudadano se hicieron sentir en diversas ciudades del mundo. Sobre qué sintieron y cómo vivieron en la distancia esos acontecimientos, conversamos con algunos emigrados de la isla.
Enrique del Risco (escritor). New York.
De toda la vida los cubanos de la zona de Nueva York y Nueva Jersey se han venido manifestando. Las manifestaciones que muestran las fotos de diferentes épocas eran monstruosas aunque en Cuba no nos enteráramos siquiera que existían. Desde hace años, cubanos de la zona nos hemos venido manifestando sin que pertenezcamos a ninguna organización específica. Fuimos muy activos, sobre todo a raíz de la muerte de Orlando Zapata durante una huelga de hambre en el 2010. Cuando el cineasta Nils Longueira nos invitó a manifestarnos en pleno asedio a la sede del Movimiento San Isidro acudimos buena parte de los sospechosos habituales de la zona para llevarnos la grata sorpresa de que había una generación mucho más joven de cubanos participando en lo que debieron ser sus primeras protestas. Al menos por el entusiasmo que mostraban lo parecían. Y ese encuentro de diferentes generaciones de cubanos que han perdido el miedo a expresarse —porque incluso acá afuera el miedo persiste— está generando su propia dinámica.
Lo que se pierde con la distancia en inmediatez, en conocimiento de primera mano, se gana con una mirada más amplia, más integradora y, a veces, hasta mejor informada. En Cuba muchas veces solo se tiene acceso a lo que ocurre de manera inmediata mientras que afuera uno tiene acceso a lo que ocurre en Cuba, lo que ocurre en otros sitios que nos pueda afectar de manera directa o indirecta y sobre todo a la acumulación de experiencias pasadas. Porque en Cuba —precisamente por la dinámica de la resistencia, el acoso y la fuga, el exilio— difícilmente puede acumularse esa experiencia. Y así muchos de los que acudieron al 27N no tenían idea de lo que ocurrió en el 2010 con la campaña por la liberación de los presos políticos, y podían pensar que se debió a las virtudes milagrosas del diálogo entre el gobierno y el cardenal Ortega. Eso por solo poner un ejemplo. Lo que va cambiando todo es la fluidez con que nos comunicamos ahora. Esa fluidez nos ayuda a romper las barreras impuestas por seis décadas entre los de adentro y los que estamos afuera de la isla. Martí decía en 1893 desde su exilio neoyorquino: «¡Así vamos todos, en esa pobre tierra nuestra, partidos en dos, con nuestras energías regadas por el mundo, viviendo sin persona en los pueblos ajenos, y con la persona extraña sentada en los sillones de nuestro pueblo propio! Nos agriamos en vez de amarnos. Nos encelamos en vez de abrir vía juntos. Nos queremos como por entre las rejas de una prisión. ¡En verdad que es tiempo de acabar!». Ahora, gracias a las redes, parece que por fin estamos en condiciones de romper ese maleficio.
Lo que podemos hacer es apoyar. En todos los sentidos. Empezando por el económico. Ayudando a los cubanos que dentro de la isla luchan por los derechos de todos nosotros. Porque no solo los cubanos dentro de la isla son de los ciudadanos que menos derechos gozan en este mundo sino que los de afuera también están entre las emigraciones más vapuleadas por su gobierno: no tenemos derecho a prácticamente nada en la isla porque si tales derechos están sujetos a nuestra «buena conducta» respecto al régimen cubano entonces no son derechos sino privilegios que gozan solo los que mantienen una obediencia básica. Y los consulados, más que instancias de representación de los cubanos en el exterior, funcionan como órganos de vigilancia y represión. Así que si nuestro dinero es bueno para ayudar a nuestras familias dentro de Cuba también debe de ser bueno para apoyar a aquellos que defienden los derechos de todos. Tenemos que acabar de sacudirnos el chantaje del financiamiento externo. Si con nuestras remesas mantenemos indirectamente al régimen que nos esquilma es hora de que nuestro dinero nos sirva para obtener derechos.
Y en lo demás, lo mismo. O participamos todos del cambio o nos condenamos a seguir igual el resto de la vida. Porque mientras los cubanos —todos los cubanos, los de adentro y los de afuera— no veamos que el cambio es asunto de todos nosotros y actuemos en consecuencia, nada va a suceder.
Juan-Miguel Pozo (artista). Berlín.
Yo viví lo que ocurrió en noviembre con emoción. Por mucho que la realidad cubana se diluya en tu propia cotidianidad cuando estás fuera, eventos como esos te vuelven a ubicar en ese lugar que abandonaste hace mucho tiempo: vuelve la esperanza. San Isidro y el 27N son fenómenos sin precedentes. Sin precedentes sobre todo en esa entelequia ideológica en la que se ahoga la historia y la realidad del cubano desde 1959. El 27N, a posteriori, ha demostrado que la cosa puede ser mucho más compleja que demostrar tu desencanto o rabia contra la corrupción y el desgobierno. Ahí se vieron mucho más clara las posiciones. Y no todas coinciden.
La verdad es que aquí comunidad como tal no existe. Al menos yo no lo percibo así. Hay probablemente dos generaciones. La primera fue la que decidió quedarse tras el tratado de reunificación de Alemania Occidental con la Oriental, hace 30 años. Los llamados «Reisekader», conformados por cuadros políticos, mano de obra barata, estudiantes y deportistas. Esta comunidad no es comparable con la de Miami o la de España, por poner ejemplos, comunidades mucho más organizadas y frontales con la política del gobierno cubano. Esta gente siguió aprovechando una estrategia personal que ya venían empleando, que era seguir el viaje que por esas cosas de la historia y el azar les llevó a vivir (y aprovechar) un cambio de sistema. La otra generación, que podría ser en la que me inscribo, es más heterogénea y descentrada en propósitos, aunque sí mucho más crítica que la anterior.
Qué debe hacer la sociedad civil… ¡Esa es la pregunta del millón! En realidad, lo más importante es que los reclamos y el clamor de San Isidro y el 27N deben llegar más al tejido popular, a la gente de a pie. Crear una cultura de la oposición pacífica, normalizar lo divergente, lo diferente. Normalizar la crítica, no solo hacia las instancias culturales, sino hacia todos los sectores gubernamentales que sean defectuosos y corruptos. Crear una nueva gramática que se base en el pluralismo. Se están logrando cosas a través de las redes sociales y por la prensa independiente, que está jugando un gran papel, en clara desventaja con la prensa oficial y su nefasta política de desacreditar y difamar cualquier intento de voz crítica con el gobierno.
Yanelys Núñez (curadora y crítica de arte). Madrid.
Lo que llevó a todo esto, creo, es una continuidad de eventos que no vienen de ahora, sino de décadas atrás: ciclos de movimientos independientes y hasta oficiales que al final solo han buscado mayores espacios de libertad y no los han encontrado. Pero puestos más en el presente, creo que la chispa comenzó a encenderse con la 00 Bienal, que logró que más de 170 artistas se pronunciaran y participaran en un evento independiente. Luego vino la campaña contra el Decreto 349, que dejó ese sinsabor de que el Gobierno nunca transó, porque la ley sigue vigente. Creo que, al final, son muchos los sinsabores en supuestos intentos de diálogo con el Gobierno que nunca cuajaron. Otro factor es Internet y las posibilidades que brinda, como hacer que las personas que creen que hay cosas que cambiar no se sientan solas, y se empiecen a crear estas redes de empatía, de solidaridad con quienes son arrestados o con quienes sufren multas como las que justifica el Decreto Ley 370. Esto le ha dado a la gente referentes mutuos e inspiración para perder el miedo. Al final, cada uno de estos factores gestó un poco lo que sucedió el 27 de noviembre.
El 27N fue una movilización no organizada por el MSI, pero que tiene base en lo que sucedió con el desalojo de la noche anterior y con la angustiosa semana de la huelga, una huelga justa, que no era un capricho, sino un acto de desesperación, producto de esa sensación de ahogamiento. Veo lo que sucedió el 27N como un acto muy valiente, pues los artistas que estaban allí conocen —y si no lo conocen tienen referencias— lo que puede sucederte en Cuba si formas parte de un grupo de protesta: te pueden quitar tus privilegios como artista, te pueden quitar tu derecho a exponer en galerías o exponer tus trabajos en un teatro. En fin, que saben cuánto puede afectar ese atrevimiento.
Creo que lo que marca la diferencia entre cómo suceden las cosas ahora y lo que ha sucedido en otras ocasiones es Internet y la posibilidad de conectarnos unos con otros, de saber qué pensamos, cuáles son nuestras posturas y de, por supuesto, organizarnos. Eso es súper importante. Es importante también que quien exija sea el sector de la Cultura, donde muchos han tenido la oportunidad de salir del país y de establecer sus propios estudios dentro de Cuba. Sí, porque hay muchos intereses económicos que también se están defendiendo en lo del 27N. Hay un interés en legalizar lo independiente, en normalizar ciertas prácticas económicas que el gobierno impide con medidas injustas como la censura de eventos independientes. Pienso, por ejemplo, en los muchachos del Cardumen, que llevan tiempo exigiendo una ley de cine que realmente los represente.
Es importante también el nivel de inconformidad. Hay una inconformidad que se materializó en lo del 27N, pero que también está en toda la sociedad cubana, ya sea por el desabastecimiento, por las tiendas en Moneda Libremente Convertible, por la violencia policial. Creo que esos matices políticos y económicos que lo marcan todo, van a movilizar ciertas cosas en Cuba.
Desde acá miro lo que pasa en Cuba con angustia. Cuando Luis Manuel, Maykel y los demás comenzaron la huelga, vi en ellos mucha desesperación. No les vi en sus caras valentía, ni enfrentamiento, sino un acto de desesperación que demuestra hasta dónde pueden llevar a un grupo de personas alegres, que aman la vida, que aman el arte, la creación. Vi cómo a esas personas se les puede llevar contra la pared, hasta que no encuentran otra salida que un acto que puede ser suicida. Si bien vi la huelga con angustia, lo del 27N sí me dio esperanzas. Y creo que fue un ensayo para algo que ocurrirá pronto, porque el gobierno sabe que hay una insatisfacción colectiva y que va a tener que abrirse de una u otra forma. El gobierno siempre tiene válvulas para liberar presión. Yo creo que en algún momento van a abrir, porque el poder sabe que la gente no está contenta.
Todo esto lo digo desde la distancia, que a veces resulta muy fácil. Pero hay que seguir movilizándose, tanto adentro como afuera, haciendo presión a las instituciones internacionales, a la comunidad europea y a también a toda esa izquierda que tiene a Cuba como paradigma de la utopía comunista. Hay que movilizar, denunciar, y no solo en las redes sociales, sino a través de medios legales, pues Cuba tiene convenios firmados y algunos tienen cláusulas relacionadas con los derechos humanos. Hay que apelar a eso por todas las vías posibles. Esa es la tarea que le corresponde a la sociedad civil. Y sé que es complicado porque te pueden quitar el acceso a Internet o ponerte policías en la puerta de tu casa para evitar que salgas, pero hay una zona de lo que se movió el 27N, con cierto peso, que no está vigilada. Creo que es el momento de la solidaridad y de seguir empujando. El 27N fue un ensayo democrático que estuvo bien, pero el gobierno cubano ha logrado acallar eso por el momento. La solidaridad ya no solo puede ser con la campaña por la liberación de Denis Solís, sino también por los principios básicos que exigieron los artistas reunidos a las puertas del MINCULT. Hay que seguir trabajando desde la resistencia y esperar que esas movilizaciones internacionales frente a los consulados cubanos, las peticiones que se entregan y los pronunciamientos públicos en todos los rincones del mundo obliguen al gobierno a abrir un poco más su política. La sociedad civil debe seguir, y seguir existiendo, que es lo importante.
José Raúl Gallego (periodista). Ciudad de México.
El lugar desde el que uno mira siempre influye. Yo creo que una de las cosas que marcan cuando uno está afuera es el acceso a la información. Te lo dice alguien que salió hace dos años, cuando la penetración de Internet no era como ahora.
Afuera uno tiene la experiencia de estar conectado todo el tiempo, de poder recibir información que en Cuba tal vez no ves. Eso te hace estar al tanto de lo que está ocurriendo, a veces con un poco más de inmediatez que la persona que está adentro. Aunque el que está adentro tiene la ventaja de ver y sentir el calor de los acontecimientos que uno, desde aquí, mira con un poco de distancia.
Afuera uno siente la impotencia de querer hacer algo y tener las vías de acción limitadas. Si estuvieras en Cuba podrías sumarte a las protestas, ir a la calle. Pero afuera el rango de acción es más limitado y entonces tienes que buscar la manera de tener un poco de incidencia, ya sea a través de las redes sociales, visibilizando la realidad cubana o dando apoyo de las maneras en que se puede: pronunciándose en lugares donde se representa a Cuba y tratando de incidir sobre la opinión internacional, algo que sabemos al gobierno le afecta.
En el caso de la comunidad de cubanos en México, que es donde estoy, hace tiempo que no se ven este tipo de cosas. Esta es una ciudad donde la emigración no suele ser muy activa políticamente, al menos no en oposición al gobierno. La gente está en lo suyo. Al menos yo no tenía creada comunidad. Hablo de que no es común que no encontremos, a pesar de que hay muchos cubanos aquí con orientaciones similares: jóvenes, estudiantes. Desde mi punto de vista, esa comunidad no conocía este tipo de organización.
Lo que hicimos fue reunirnos un grupo bien pequeño de amigos, de personas que estudiamos casi todas en la Ibero [Universidad Iberoamericana], y dijimos que debíamos hacer algo cuando lo de San Isidro, cuando se convocó a protestar ante las embajadas. Nos convencimos de que debíamos hacer algo y empezamos a coordinarlo. En un principio pensamos que seríamos unas diez personas, eso avisando a los amigos más cercanos, pero el día anterior pasó lo del allanamiento forzado en la sede del Movimiento San Isidro, que descolocó a mucha gente. Entonces decidimos hacerlo público y que se sumara todo el que quisiera sumarse. Lo pusimos en Facebook, que era el momento de salir, que el que quisiera que nos acompañara. Se apareció gente que no teníamos prevista, gente que no conocíamos y que también estudiaban aquí. A partir de ahí se fue articulando esa comunidad de personas en función de objetivos políticos y de reivindicación de derechos. Para la segunda protesta ya sabíamos quiénes iban a ir.
Yo creo que una dictadura no tiene necesidad de dialogar, porque tiene el poder absoluto. A las dictaduras hay que tumbarlas o «hacerlas dialogar». Y yo creo que la manera en que se puede lograr al menos esto último, es haciendo sentir al poder político que dialogar es un imperativo: que sienta que hacerlo es la mejor salida. Por ahora, la opción es la resistencia pacífica, o sea, plantarse en desobediencia. Hay que entender que, por una vía que quienes ostentan el poder en Cuba quieran, no se van a lograr los cambios que pedimos, simplemente, porque ellos no los necesitan. Esos cambios a ellos no les convienen. El poder nadie lo regala. Por espontaneidad la élite no va a ceder sus cuotas de poder, porque al final lo que estamos exigiendo son justamente cuotas de poder que nos corresponden como ciudadanos y que ellos nos han usurpado como poder totalitario y como dictadura. Repito: ahora mismo la vía es la resistencia pacífica, es tomar la calle en la medida de lo posible, es la desobediencia a leyes injustas, todo lo que pueda hacer que ellos entiendan que el pacto social se ha roto, que esa situación de comodidad en la que estaban no existe y que tienen que hacer algo para tratar de enmendarlo y salir de allí lo mejor posible. Y es muy difícil esto, porque lo que tenemos al frente es un gobierno totalitario, con múltiples maneras de reprimir y que no tiene problemas con hacerlo.
A mí no me gusta hablar de estas cosas estando afuera, porque es cierto que uno no está en Cuba, jugándose el pellejo, pero también esto que hacemos tiene riesgos, y no pequeños. Por ejemplo, que no te dejen entrar al país, que cometan atropellos contra tus familiares, a quienes no puedes proteger. Al final, la represión puede afectar tanto al de adentro como al de afuera.
Yo sí creo que la manera de seguir es así, exigiendo, metiendo presión desde donde se pueda, desde fuera de Cuba y desde dentro, para que ellos se den cuenta de que tienen que dialogar. Y yo apoyo el diálogo. Nosotros mismos tenemos que dialogar mucho, sobre todo entre nosotros, los cubanos. Pero no se puede dialogar con quien no quiere hablar contigo, y el gobierno ha demostrado y sigue demostrando que no le interesa dialogar. Insistir en un diálogo con una estructura que está en una posición de poder puede servir para evidenciar que es ella la que no quiere dialogar, pero resultados concretos no se van a obtener.
Luis Alberto Mariño (músico). Buenos Aires.
Yo realmente veo con mucha esperanza la creciente determinación de los cubanos para buscar un cambio, porque eso significa que estamos recuperando el tejido social que siempre había quedado en la sombra. Todos los que hemos vivido en Cuba sabemos que la tradición cultural de la mayoría de los cubanos, sembrada arbitrariamente y con violencia por el régimen, dicta que no se puede disentir en espacios visibles, mucho menos exponiendo tu opinión ante la sociedad. Sin embargo, cada vez son más los que valientemente se deciden a dar su testimonio de la realidad pese a todo lo que esto implica, incluyendo cuánto puede costarle a ellos y a sus familias. Ver esta determinación es sin dudas esperanzador pero, a su vez, doloroso, porque constatas que todavía hoy la libertad de expresión en Cuba conlleva pagar un alto precio.
Creo que la distancia y el tener acceso a mucha información —dígase la prensa, pero también mucha bibliografía sobre Cuba— te aporta la posibilidad de contemplar un panorama más complejo, amplio y diverso sobre lo que sería mejor para nuestro país cuando tengamos derechos y libertades. Pero pensando en el presente, donde estos derechos fundamentales no existen, la distancia te da más claridad para saber que lo primero es el respeto a la libertad de todos los cubanos. Pienso que esa amplitud del panorama valorativo no crea necesariamente contradicciones a la hora de analizar los hechos del presente, porque lo que se busca en Cuba son postulados básicos de respeto y libertad. Ya sabemos quienes tenemos la experiencia de ver una democracia en funciones que, ciertamente, cuando hay libertad de expresión y libertades políticas en general, cada uno se acerca a la visión y a las acciones que más armonizan con sus ideas y creencias, y las defiende y crea espacios diversos y se naturaliza así el disenso.
Por ahora, creo que la comunicación y la organización entre los cubanos se debe en parte a las redes sociales y a la mensajería virtual. Yo realmente conocía aquí a muy pocos cubanos, y ha sido muy hermoso ver cómo se han comunicado conmigo después de hacer los performances frente a la embajada. Varios se me han acercado y me han acompañado. Creo que esto está comenzando, que es un tejido social que se va reparando, que despierta y que crecerá para bien de todos nosotros.
Yo creo que lo primero que debemos hacer como comunidad de cubanos en el exterior es no pensar que nuestras ideas para promover un futuro de respeto y libertad en Cuba son las únicas posibilidades. Tenemos que quitarnos la unanimidad de la cabeza y comenzar a pensar que todo lo que creemos que es lo mejor tiene sus ventajas y sus desventajas. Eso no implica caer en un terreno de ambigüedad en cuanto a la valoración del presente de Cuba —un contexto sin garantías de derechos no deja espacio para la ambigüedad—, sino que lo digo pensando estrictamente en las estrategias y en las acciones de solidaridad. Tenemos que despojarnos del falso dilema que nos ha sembrado el régimen de que supuestamente estando afuera no tenemos mucho en qué ayudar en el plano político. Y también despojarnos de los miedos y de la supuesta irresponsabilidad que implica manifestar nuestra opinión y actuar en consecuencia con nuestros principios porque esto expone a familiares, amigos y conocidos a la arbitrariedad y la violencia del régimen. Todos, los de adentro y los afuera, somos un mismo cuerpo social dañado, dolorido, pero vivo. Y debemos tener fe en que la entrega solidaria de tiempo, esfuerzo, recursos e ideas hará que el futuro que queremos llegue más temprano.
En una próxima entrega presentaremos el texto: Fernando Pérez: El 27 de noviembre fue un viaje al futuro, y así completar esta reseña…
Enlace a versión original: https://revistaelestornudo.com/msi-27n-observar-desde-lejos-sentirse-muy-cerca-entrevistas/