Benny Moré, “Hoy como ayer”. A 100 año de su nacimiento (+ Audio)
Cuba y el caribe conmemoran el centenario del nacimiento de Bartolomé Maximiliano Moré Gutiérrez, el Bárbaro del Ritmo, El Sonero Mayor de Cuba o simplemente Benny Moré. Una vida que vale la pena conocer, por lo terrenal y divina. Enaltecida por un talento inhumano y oscurecida por las tentaciones propias de la bohemia caribeña y cubana del los años 50 del siglo pasado.
Pantalones anchos de filo con fuerte caída sobre zapatos dos tonos. Chaquetas anchas de hombreras, sombrero de paja y su voz de trino. Siempre dispuesto al canto, al trabajo, a la conversa y el trago, tanto así, que decidió no dormir para aprovechar mejor cada hora del día, como si supiera de antemano que solo viviría 43 años.
Les dejamos un trabajo publicado por el diario El Espectador, con autoría de Jaime Andrés Monsalve, Jefe musical de Radio Nacional de Colombia.
A sus 43 años, cuando el hígado terminó pasándole la peor de las facturas, Bartolomé Maximiliano Moré Moré parecía haber vivido dos veces esa edad. Hay quienes mueren jóvenes y dejan en nosotros la certidumbre de haber vivido poco. Benny Moré, en cambio, con todo lo que seguramente aún tenía para entregarnos, acometió la tarea imposible de robarle horas extras a cada día transcurrido.
“Yo era un hombre feliz” —iniciaba un reportaje para la revista cubana Bohemia citado por José Reyes Fortún, estudioso de la vida del Benny—. “Cantaba a gusto mis canciones en los programas de radio. Después me iba a los bailes con mi orquesta. Si no dormía toda la noche, después tenía tiempo necesario para desquitarme”. Pero un día, cuando se vio imposibilitado para quitarse de encima ese lastre llamado fama, hizo un inusitado descubrimiento: “Me enteré de que había una cosa que se llamaba reloj, que el día solamente tenía veinticuatro horas y yo no dormía ninguna”.
En la misma nota de prensa describía su cotidianidad trepidante: ensayos en la mañana, presentaciones en televisión en la tarde, luego recitales en teatros entrada la noche y en cabarés hasta la madrugada, en jornadas que podían extenderse hasta por tres bailes. Luego, si quedaba tiempo, grabar, siempre de madrugada, y apenas saliera el sol irse a dormir para, apenas dos horas después, salir a ensayar de nuevo. Y entre lo uno y lo otro, el tabaco y el trago.
En 23 años de actividad, Benny Moré grabó poco más de 250 títulos entre grabaciones comerciales, tomas radiales y registros en vivo; una cuarta parte de los cuales pertenecen al género romántico. Aun así, el que es considerado, por muchos y de lejos, el mejor de los boleristas, supo ganarse un lugar en los terrenos del mambo, la guaracha, la guajira y el son. Lo dúctil de su estilo va más allá de las precisiones técnicas, rayanas igual en la perfección para un artista popular: su facilidad para ir de lo más grave a lo más agudo sin dificultad alguna, esa cosa nasal que atraviesa cada línea vocal acometida, su afinación a prueba de todo y su pasmosa rapidez de pensamiento para los soneos y de labios para los trabalenguas, son virtudes ponderadas una y otra vez y, al fin de cuentas, tecnicismos. No por nada es el Bárbaro del Ritmo.
Fundida en bronce al tamaño natural del artista, un metro con 82 centímetros desde los zapatos a dos tonos hasta el sombrero alón, la figura de Moré —atrapada para la posteridad por el escultor— parece desandar a grandes trancos la arteria principal de la ciudad cubana que más le gustaba, tal como lo dejó cantado en su testamento musical. Francisco G. Navarro/El https://elblogdemariaelena.wordpress.com
Pero si hubiera que describir la voz de Benny Moré mediante una comparación, bastaría decir que era el reflejo perfecto de su figura: la ropa clara y en extremo holgada, el pasito a pasito leve en el escenario, el báculo y el sombrero Panamá sobresaliendo, los brazos extendidos como si se dispusiera a volar. Así de ligero y de volátil fue su propio canto.
Las alas ya las tenía: a sus 17 partió de su natal Santa Isabel de las Lajas a buscarse la vida con su garganta en La Habana. Pero en lugar de usarla para cantar, primero tuvo que vocear con ella, por las calles capitalinas, los frutos de segunda mano que vendía en una carreta.
Fue en ese asfalto donde conoció el circuito de antros habaneros, tan distintos a los clubes sociales de alcurnia que luego lo reclamarían. Allí cantaba acompañándose de una desvencijada guitarra que pudo comprar con lo primero que ganó. Fue en ese entorno donde se convirtió en el D’Artagnan de los tres mosqueteros del son: el Trío Matamoros, en ese entonces reforzado con más integrantes bajo el nombre de Conjunto Matamoros. Con Miguel, Siro y Cueto viajó a México, donde empezó a descollar con varios éxitos, incluyendo sus celebrados escarceos colombianos de 1950: Pachito Eché (de Álex Tovar) y La múcura (de Crescencio Salcedo), al lado de la orquesta de Pérez Prado, y San Fernando (de Lucho Bermúdez), con la agrupación de Rafael de Paz.
México lo vio salir triunfante de nuevo hacia La Habana. Un pequeño altar en el llamado Salón Los Ángeles, local de 82 años de historia ubicado en el barrio del mismo nombre, en la capital azteca, recuerda que fue allí, sobre esa pista, donde el Benny descubrió y escribió lo bonito y sabroso que bailan el mambo las mexicanas. Empezaba además a ensayarse como compositor, consolidado luego con Cienfuegos, Qué bueno baila usted, Devuélveme el coco, Santa Isabel de las Lajas, Dolor
y perdón… Aunque, ¿quién se atrevería a decir que obras que no le pertenecieron en autoría como Francisco Guayabal, Manzanillo, Y hoy como ayer, ¡Oh vida! o Cómo fue no son hoy, realmente y a toda prueba, piezas de Benny Moré?
Testigos de la musicalidad infinita del Benny fueron los integrantes de su Banda Gigante, conformada en 1953 y por la cual pasaron el trompetista Alfredo Chocolate Armenteros, el pianista Lázaro Valdés, el saxofonista José Chombo Silva, el trombonista Generoso Jiménez y hasta Rolando Laserie, uno de sus émulos más reconocidos, en calidad de baterista. A ellos y a los demás miembros del grupo los convocaba con un cariñoso grito: “¡A ver, beibis!”.
Los estudios de grabación fueron el único lugar sagrado para el Benny. Nunca se recuerda un retraso, un desplante o una llegada en estado alterado de la conciencia. No así sucedía con los clubes y teatros, donde más de una vez no llegó por culpa de los tragos o del cruce de agendas. Cuenta Reyes Fortún que el dueño del cabaré Alí Bar, amigo del cantante, llenaba el establecimiento de expectantes parroquianos colgando a la entrada un aviso que rezaba: “¿Vendrá hoy Benny Moré?”.
Hoy, en el centenario de su natalicio, el Bárbaro del Ritmo ocupa su lugar al lado de Celia Cruz, Carlos Gardel, José Alfredo Jiménez y el resto del olimpo del genio popular latinoamericano. Para él todo honor y la promesa de que siempre habrá alguien esperando a alguien más para confesar no haber sabido cómo fue, o para piropear: “¡Qué bueno baila usted!”. Y hoy como ayer, lo seguimos queriendo.
Tomado de: https://www.elespectador.com
Contenido que no necesita ser visto
También les dejamos dos podcast que le rinden homenaje:
Entrevista realizada por la periodista cubana Arleen Rodríguez Derivet, al Director del Museo Nacional de la Música y premio Nacional de Música en Cuba el Dr. Jesús Gómez Cairo.
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Semblanza producida por Radio Rebelde en Cuba